Muchos
de los reclamos de la psicología y la ciencia actual tienen que ver con una posición
de gran intolerancia ante la angustia y los diferentes síntomas de malestar que
sufren las personas, a los que se considera como algo a eliminar, a extirpar y además
con la promesa de poderlo hacer de manera rápida y muy eficaz.
De
entre las diferentes manifestaciones del malestar humano, tal vez la angustia
sea la más difícil de vivir y atravesar. Muy compleja de describir y de explicar
por parte de quien la siente dado que envuelve a la persona en una espiral de
vivencias que a menudo lindan con lo imposible de soportar.
La
cuestión para mí es que la angustia siempre aparece por buenas razones -no
siempre muy aparentes a primera vista, o inmediatamente comprensibles-, y
dentro de mi encuadre, lo óptimo para tratarla es un proceso que implique cuestionarla,
investigarla, analizarla… para ir entendiendo cual es la función que realiza dentro
de la vida del sujeto como un todo, antes que tratar de suprimirla a toda costa como
un síntoma aislado. En este sentido, lo contrario, quitarla de cualquier
manera, se podría asimilar a atender a los síntomas de una enfermedad,
taponarlos, sin tratar su causa, que de esa manera continuaría provocando diferentes
estragos en la salud. Así, desembarazarse de la angustia recurriendo solo a la
medicación, determinadas técnicas para aislarla, el trabajo, objetos de consumo,
diferentes tipos de adicciones… nos pueden tranquilizar mucho, pero el malestar
tiende a volver de alguna manera, aunque sea por otro lado, si no se trata de
manera adecuada.
Esa
vivencia tan íntima, sufriente e indescriptible de la angustia, si se elige optar
por el camino de un análisis, nos revela lo más singular e íntimo de la persona
que sufre, permitiendo cambios, comprensiones y recorridos distintos que el
mero tratar de aplastarla por diferentes medios, que como hemos comentado,
tampoco parece una vía demasiado realista. Este proceso de análisis tiene como inconvenientes,
ser más laborioso, tal vez más largo, probablemente doloroso, pero permite que
la persona haga cambios y se cuestione cosas que tal vez tienen que ver precisamente
con la aparición y mantenimiento de esa angustia y que necesitan ser revisadas
para que dicha angustia pase a ser otra cosa.
De
hecho, la angustia atravesada de esta manera, puede ser la puerta de entrada a
mayores ilusiones, capacidades y realizaciones que estaban de alguna manera
escondidas o aletargadas bajo la manera de comprender la angustia solo como un fenómeno
patológico. En ese sentido, por muy paradójico que pueda parecer, la angustia
puede ser la mayor puerta de entrada a profundos deseos que no conocemos, si
nos damos la oportunidad de quedarnos con ella el suficiente tiempo. En esta
caso usaríamos la angustia como un despertador, que nos habla de aquello que
estamos dejando pasar y de lo que no nos estamos ocupando, cuando tal vez son proyectos
o realizaciones importantísimas en el plano personal.
Después
de todo, no es una idea extraña el hecho de que un malestar que nos desgarra
tal vez desde hace mucho tiempo, necesite de una revisión importante y de un cuestionamiento
de diferentes elementos de la vida de quien sufre. Si fuera tan fácil de
cambiar como a veces nos quieren “vender”, la persona, desesperada por su
angustia, seguro que ya lo habría hecho.
Nos
vemos en el blog.
Joan
Escandell Salvador.
Psicólogo
colegiado
B-01894