lunes, 31 de octubre de 2016

¿Y si no existe "la" respuesta?:

A diario aparecen nuevos conceptos, nuevas tendencias, nuevas modas que alardean de singularidad y novedad y que prometen ser la respuesta para problemas y cuestiones humanas que muchas veces no tienen una respuesta tajante y de una sola vez.

Curiosamente suelen nombrarse mediante un anglicismo y venir del otro lado del atlántico. Son productos, terapias, conceptos, que juegan con la natural tendencia del ser humano a buscar soluciones a aquello que no la tiene de manera rotunda y rápida, de un solo golpe. Si además se añade el prefijo "neuro" -a algo que no viene estrictamente del campo de la medicina y más concretamente de la neurología- la la suerte comercial está asegurada.

Lo curioso es que cuando se investiga estas tendencias rabiosamente contemporáneas, que casi reniegan de la historia, uno se sorprende viendo, que aquello que pretende ser un descubrimiento genuinamente ultramoderno, se llamó de otra manera hace bastante tiempo, y en aquel momento se trataba también de vender algo, con los mismos argumentos con los que actualmente lo hacen las supuestas ideas milagrosas y rompedoras que nos pretenden vender: es decir "ya estaba inventado", aunque generalmente sin anglicismo, y sin la partícula "neuro"

El sistema económico basado en el mercado junto con la tecnología nos quieren convencer de que existen respuestas definitivas para determinados temas sobre los que no hay "una respuesta" homogénea y estereotipada para todos: cada uno tiene que ir fabricando la suya propia: no hay respuesta universal para las relaciones, la sexualidad, las limitaciones de cada uno, el propio afrontamiento de la muerte...

No hay "La respuesta" y si pretendemos que la hay es porque estamos de acuerdo con una ilusión que tiene que ver con los postulados de la sociedad en que vivimos, que pretenden hacernos cree que podemos poner coto y control a temas insolubles, en vez de hacer el doloroso reconocimiento de que el ser humano está sujeto a incontrolables limitaciones, y que ni siquiera decidimos el momento y la manera de nuestra desaparición, tal como si nos empeñásemos en poner puertas al campo.

Es cierto que en el campo de la medicina el éxito es innegable y apabullante, pero con un límite jamás superable; la realidad del envejecimiento, la enfermedad y la muerte es algo que el ser humano jamás podrá alterar de manera esencial.


Estas reflexiones tal vez no tienen mucho eco en la sociedad actual, la de la perfección de la imagen, pero me parece que si podemos ir más allá de ello podemos encontrar la manera de acercarnos a lo más genuino de la vida, en vez de escondernos y ensimismarnos en millones y millones de pantallas que no hacen más que anestesiarnos y alejarnos de lo esencial del ser humano.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Depresión: Más allá de una etiqueta

Las llamadas “depresiones” son la epidemia de la psicología y de la psiquiatría de finales del siglo XX y principios del XXI. Presentan síntomas como la tristeza, la irritabilidad, la anhedonia -falta de ganas e iniciativa- el insomnio, la ansiedad y angustia, además de síntomas físicos como mareos, taquicardia, y muchos otros.

En fin, toda un abanico de síntomas muy inespecíficos que pueden llegar a ser extremadamente dolorosos e incapacitantes para la persona.

Grandes corrientes de la psicología y la psiquiatría actual pretenden dotar de una uniformidad clasificatoria a las llamadas depresiones estableciendo grandes categorías, según el aspecto fenomenológico de sus síntomas.

La psiquiatría busca el correlato anatómico de estos padecimientos mentales y propone medicaciones que resuelvan supuestos desequilibrios en la neurotransmisión que estarían detrás de este padecimiento mental, en el que se ubica una supuesta causa orgánica. Si bien todo esto es importante, en mi opinión se deben tener siempre en cuenta preguntas fundamentales que para mi son la clave de la orientación del tratamiento:

¿Qué función cumplen estos síntomas en la vida de esta persona? ¿Por qué ocurren de esta manera? ¿Por qué ahora?

La medicación, en caso de ser necesaria, debería ir siempre acompañada de un proceso de indagación e investigación, que vaya ayudando a clarificar porque sufre cada persona concreta, ya que las causas -mucho más allá de lo orgánico- que hicieron enfermar a alguien son totalmente idiosincrásicas y biográficas.

Las preguntas referidas, y otras que van surgiendo durante el tratamiento, nos suelen llevar por derroteros que van apareciendo y que poco tienen que ver “a primera vista” con los motivos de consulta iniciales: aspectos presentes y pasados de nuestra vida, duelos y pérdidas no procesadas, emociones y afectos soterrados... la pareja, la sexualidad, las relaciones familiares pasadas y presentes, los miedos y anhelos más profundos, nuestros posicionamientos básicos ante la vida en temas esenciales...

Como puede deducirse, no se trata de que el profesional de con una respuesta simple y absoluta que no implique ningún cuestionamiento por parte de la persona, al contrario, es más bien un recorrido, un proceso de la persona por su propia biografía en el que va encontrando muchas cosas y en el que lógicamente hay momentos difíciles: es todo un trabajo tratar de resolver aquello que puede haberse instaurado mucho tiempo atrás.

El enfoque que propongo tal vez implique un mayor tiempo de trabajo y elaboración, aunque el alivio puede empezar a sentirse desde bien temprano, y por supuesto necesita de una mayor implicación de la persona que sufre en este proceso y en sus resultados, dado que se considera que “no hay verdadera cura desde fuera de la persona” y que es el propio sujeto el que puede ir responsabilizándose , en la medida de sus posibilidades y situación- de si mismo, de su padecimiento y  de su vida, mientras va atando cabos y colocando lo más ordenadas posibles las  piezas básicas del rompecabezas de su subjetividad.