Las llamadas “depresiones” son la epidemia de la psicología
y de la psiquiatría de finales del siglo XX y principios del XXI. Presentan
síntomas como la tristeza, la irritabilidad, la anhedonia -falta de ganas e
iniciativa- el insomnio, la ansiedad y angustia, además de síntomas físicos
como mareos, taquicardia, y muchos otros.
En fin, toda un abanico de síntomas muy inespecíficos que
pueden llegar a ser extremadamente dolorosos e incapacitantes para la persona.
Grandes corrientes de la psicología y la psiquiatría actual
pretenden dotar de una uniformidad clasificatoria a las llamadas depresiones
estableciendo grandes categorías, según el aspecto fenomenológico de sus
síntomas.
La psiquiatría busca el correlato anatómico de estos
padecimientos mentales y propone medicaciones que resuelvan supuestos
desequilibrios en la neurotransmisión que estarían detrás de este padecimiento
mental, en el que se ubica una supuesta causa orgánica. Si bien todo esto es
importante, en mi opinión se deben tener siempre en cuenta preguntas
fundamentales que para mi son la clave de la orientación del tratamiento:
¿Qué función cumplen estos síntomas en la vida de esta
persona? ¿Por qué ocurren de esta manera? ¿Por qué ahora?
La medicación, en caso de ser necesaria, debería ir siempre
acompañada de un proceso de indagación e investigación, que vaya ayudando a
clarificar porque sufre cada persona concreta, ya que las causas -mucho más
allá de lo orgánico- que hicieron enfermar a alguien son totalmente
idiosincrásicas y biográficas.
Las preguntas referidas, y otras que van surgiendo durante
el tratamiento, nos suelen llevar por derroteros que van apareciendo y que poco
tienen que ver “a primera vista” con los motivos de consulta iniciales:
aspectos presentes y pasados de nuestra vida, duelos y pérdidas no procesadas,
emociones y afectos soterrados... la pareja, la sexualidad, las relaciones
familiares pasadas y presentes, los miedos y anhelos más profundos, nuestros
posicionamientos básicos ante la vida en temas esenciales...
Como puede deducirse, no se trata de que el profesional de
con una respuesta simple y absoluta que no implique ningún cuestionamiento por
parte de la persona, al contrario, es más bien un recorrido, un proceso de la
persona por su propia biografía en el que va encontrando muchas cosas y en el
que lógicamente hay momentos difíciles: es todo un trabajo tratar de resolver
aquello que puede haberse instaurado mucho tiempo atrás.
El enfoque que propongo tal vez implique un mayor tiempo de
trabajo y elaboración, aunque el alivio puede empezar a sentirse desde bien
temprano, y por supuesto necesita de una mayor implicación de la persona que
sufre en este proceso y en sus resultados, dado que se considera que “no hay
verdadera cura desde fuera de la persona” y que es el propio sujeto el que
puede ir responsabilizándose , en la medida de sus posibilidades y situación-
de si mismo, de su padecimiento y de su
vida, mientras va atando cabos y colocando lo más ordenadas posibles las piezas básicas del rompecabezas de su
subjetividad.
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