El sufrimiento, el
malestar, la angustia; invade a algunas personas de manera tan intensa, hasta
el punto de incapacitarlas en algunas áreas de su vida, o incluso torcer sus
posibilidades y su destino, cosa absolutamente dramática.
Impedir que esto sea
así, a menudo implica el proceso de revisar cosas de nuestra vida y nuestro
pasado que nos resistimos profundísimamente a cambiar, dado que fueron aspectos
muy dolorosos en su momento, que han quedado cicatrizados de manera inadecuada,
pero de una forma que todavía nos provocan muchas dificultades para vivir.
Esas son las heridas
psicológicas más dolorosas, permanentes y difíciles de abordar, aquellas que
hemos cerrado con gran contundencia, dado que implican aspectos muy dolorosos
de revisar, contradictorios, aparentemente sin salida, enigmáticos…
Es imaginable el gran
dolor, rabia y angustia que implica tener que abrir una de estas cicatrices,
que a menudo nos ha costado muchísimo trabajo cerrar; por supuesto que no es un
proceso sencillo, pero el camino a realizar tendría que ver más con ir abriendo
una trabajosa senda hasta poder acercarse lo máximo posible, y poder ir reviviendo
-probablemente con dolor- aquellos aspectos de manera que puedan ir colocándose
de otra manera, para que no hipotequen nuestro futuro.
Desde mi concepción, no
se trataría de unos síntomas, como una enfermedad, que han aparecido en nuestra
mente, y que simplemente se trata de extirpar, como cortando el un brote o una
rama que ha crecido demasiado, para que todo quede igual.
Se trata de cambios
profundos, en nuestra bases anímicas y identitarias, que por supuesto implican
a la persona que quiere cambiar al cien por cien.
No hay medicamento ni
técnica que pueda sustituir esa trayectoria por los propios fantasmas.
Sí existen mil señuelos y
cantos de sirena para no encontrarse con aquello con lo que más nos resistimos
a encontrarnos, para despistarnos un poco. Por supuesto, eso tiene sus consecuencias.
Cada uno decide.