Cualquiera puede atravesar una o varias crisis psicológicas
personales y evolutivas, según la transición vital que esté experimentado o
según los avatares y accidentes a los que le someta la existencia.
Las crisis psicológicas, y más tanto en cuanto cuestionan
aspectos muy centrales de lo que creemos, o de los que creemos que somos,
pueden llegar a ser extremadamente dolorosas para quien las sufre, y ser
acompañadas por un cortejo de síntomas como la angustia, la tristeza y el
llanto; la parálisis a la hora de tomar decisiones, el embotamiento afectivo o
la negación y la recurrencia a lo que antes funcionaba como manera compulsiva de
negar todo lo que está aconteciendo…
La crisis es un campo abierto, que necesita de un
trabajo personal para ir abriéndose a dimensiones y cambios que dan miedo a
quien la sufre, y a tener que afrontar situaciones en las quien la sufre no
esperaba -ni quería- verse envuelta, pero que ahora piden una implicación de la
persona que se encuentra, a menudo muy a regañadientes, en nuevas situaciones.
¿Qué tienen de especialmente doloroso las crisis
para muchas personas?
En mi opinión la pérdida o el cuestionamiento de
cual es nuestro lugar en el mundo, así como de quienes somos nosotros, que es
lo que queremos… Es decir, cuando algo importante, o todo se mueve fuera, lo
sentimos a menudo como un tsunami dentro de nosotros, que desestabiliza
nuestras rutinas, certidumbres, mecanismos de compensación, y aquellas cosas
que dábamos por seguras en nuestra cotidianidad e incluso en nuestra identidad.
Existe una manera muy habitual, y muy tranquilizadora
por parte del ser humano, de tratar de negar el advenimiento de aquello que
sentimos que nos atemoriza, y quedarnos aferrados (y muy tranquilitos) a las
viejas pautas y modelos, hasta que, de alguna manera u otra, a base de no oírnos,
conseguimos acallar lo que nos asustaría pegados a la tranquilizadora
inmovilidad.
Esto no es sin pagar un precio, en el sentido de
que implica cerrarnos puertas evolutivas muy importantes, asumir retos, ser más
independientes, valientes y asertivos. Implica de alguna manera quedarse en la
infancia, elegir no crecer y no desarrollarnos, sin querer escuchar el mandato
más importante que considero para el ser humano: Vivir, afrontar, y dar cuenta
de la manera más digna posible de todo lo que nos vaya aconteciendo.
Es por eso por lo que un inicio para afrontar una
situación de crisis personal -algunas sobrevienen por cambios externos y nos
las “encontramos” encima-, es empezar a hablar de ello y poner en palabras
todos los sentimientos, emociones e ideas; así como los miedos y las angustias
que vamos encontrando por el camino, con aquellas personas que nos apoyen. La
crisis necesita su tiempo, tiempo que uno debe de poder concederse, así como
espacio íntimo y afectivo para ir expresando todo aquello que se siente
(tristeza, miedo, dolor, incertidumbre…)
De las crisis se sale de nuevo a la vida, como si
se tratase de salir de un tiempo de recogimiento y elaboración interna, a
menudo con aprendizajes muy importantes, y probablemente con una identidad más fortalecida,
con nuevos matices y con las prioridades más claras. Se produce como un nuevo
saber más claro sobre uno mismo y sobre la vida.
Si es necesario, por supuesto, buscando una
adecuada ayuda y acompañamiento profesional.