Los afectados por la enfermedad, al decrepitud y la muerte mañana seremos nosotros.
Puede que durante esta pandemia hayamos tenido la fortuna de no sufrir pérdidas definitivas de personas en nuestra familia, o tampoco de haber sufrido en primera persona los graves efectos económicos y sociales que está ocasionando en millones de familias.
Si algo ha puesto de manifiesto toda esta situación es la de lo impredecible de la vida y sus circunstancias por mucho que nos empeñemos en nuestra (tecno-protésica) ilusión de control.
Muchas personas que solo hace un poco de tiempo estaban en una situación envidiable, han sido golpeadas de manera brutal y trágica por los diferentes tentáculos del pulpo pandémico cuando hace un año no lo habrían imaginado siquiera.
Es por ello que me parece importante traer a nuestra realidad aquello que más nos empeñamos en relegar y olvidar: no podemos eliminar lo imprevisto ni controlar nuestras vidas. Me parece esencial traer a colación la presencia inevitable de la enfermedad, más o menos prevista o no, y la muerte como un hecho con el que podemos relacionarnos en cualquier momento de nuestra vida, que generará preguntas trascendentes sobre el como vivir, como relacionarnos... que pueden hacer una vida más ética, más justa, más profunda, y paradójicamente, más viva.
Creo que cambiar la óptica acerca de la muerte es un elemento muy importante a nivel social. La importancia de educar en ella a niños y jóvenes pueden cambiar la manera como vivimos, a que le damos importancia, que es para nosotros transcendental, como valoramos el tiempo, que hacemos con él, e incluso como concebimos y alojamos el proceso y la realidad de la muerte misma.
La capacidad para el duelo, como mecanismo omnipresente en nuestras vidas para pérdidas de cualquier tipo, es una de las herramientas básicas para poder vivir vinculándose a las nuevas cosas importantes que nos trae la vida mientras otras desaparecen inexorablemente, es por ello que me parece fundamental que sea un tema importante en el discurso, y no solo una variable interna personal que solo emerge cuando o es tocada por circunstancias adversas.
Amigarnos de la muerte en vida nos permite vivirla de una manera más trascendente y profunda, teniendo algo a que atenernos para decisiones determinantes y para decidir que trato damos a las personas.
En el momento en que nos toque ya podemos tener trabajado nuestro testamento sentimental, y puestas nuestras cuentas en orden con nuestro destino y con la gente que nos rodea.
Sea previsible o repentina, que nos pille con los deberes hechos respecto de la manera como hemos vivido.