En nuestro recorrido por la vida, como seres sintientes, deseantes y pensantes, todos sabemos de los momentos de dolor, desconsuelo y sufrimiento que de alguna manera nos afectan en un u otro momento de nuestra existencia.
Por bien que nos planteemos hacer las cosas o por mucha energía, ilusión o formación que tengamos nada nos puede prevenir o asegurar de la incertidumbre estructural de la vida y de los momentos de dolor y sufrimiento que podrían acontecer en algún momento.
Estos principios o ideas sobre la vida, que parecen más o menos de sentido común, causan graves problemas a muchas personas que no han podido escribirlos como principios de ley en su propio interior a medida que se han ido constituyendo como personas.
Dichos principios, a establecer como renuncias a nuestras "ilusoriamente omnipotentes" capacidades, se empiezan a plantear por mediación de la función de los padres, y empiezan a limitar nuestro infantil y supuesto "poderlo todo" propio de esta etapa de la vida, para que podamos vivir de manera más o menos tranquila, asumiendo esas realidades de la vida menos fáciles como son el hecho de que la muerte espera a todos al final del camino o que el envejecimiento, la enfermedad, el dolor y el sufrimiento son realidades que en algún momento nos afectarán.
Aquí me gustaría establecer un paralelismo con los mensajes que nos llegan desde fuera, a nivel social, que parece que cada vez más están signados por que la felicidad total es a la vez un derecho y una obligación, lo "podemos todo" y lo podemos "ya"; en resumen, que una felicidad completa, instantánea y permanente es algo lógico para todas las personas, principalmente a través del consumo de objetos cada vez más tecnológicos y deslumbrantes que conforman auténticas "pantallas" con las que no vemos nuestras necesidades y anhelos más profundos, así como también nos desconectamos -quedan detrás de la pantalla- de aquellos aspectos de nosotros mismos que no cuadran con esa imagen pretendidamente ideal
Es sencillo realizar una comparación entre este estado de cosas y el estado de la mente infantil, que en su construcción y su progreso necesita transitar por estas fases de "omnipotencia ilusoria" a medida que va madurando.
Respecto de mi propia profesión, creo que también algo de eso es necesario comentar acerca de esos enfoques que ofrecen, en muy poco tiempo soluciones muy definitivas para problemas complejos, me planteo si no es algo emparentado con ese imaginario anhelo infantil de poderlo todo...ya que el tiempo y la solución, va a ser la propia y particular de cada persona.
¿Necesitamos como profesionales garantizar la felicidad de las personas que nos consultan de acuerdo a los estándares de lo que se considera felicidad -el consabido bienestar, wellness...-?
¿Es esa nuestra función? ¿Es lo que cada paciente quiere? En mi punto de vista, tal como yo lo veo, debe gobernarnos una ética de la escucha, de aquello que el sujeto desea, aun latiendo esos deseos en la más desconocido y profundo de si mismo, para que el los pueda escuchar y dirigirse allí hacia donde su deseo le marca, no hacia donde nosotros pensamos.
El hecho de que una persona pueda estar mejor conectada con sus humanas limitaciones y asumirlas de la manera más creativa posible, entendiendo mejor hacia donde quiere dirigirse, quizás no venda tanto ni suene tan rimbombante como haber logrado la plena felicidad de aquel que nos consulta, pero me parece un objetivo humano y psicológico de primerísimo orden.
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