En aquello que hacemos subyacen nuestras expectativas y se proyectan nuestros anhelos de manera inevitable, aunque habitualmente ni siquiera seamos conscientes de ello. Además la sociedad actual nos vende de manera creciente un poderlo todo y poderlo sin demora, cosa que tal vez nos educa en unas altas expectativas y en tener menor capacidad para esperar cuando queremos conseguir algo.
El choque entre esas expectativas y lo que creemos obtener de la vida puede suponer una colisión difícil de manejar, cosa que también podemos aplicar a las relaciones humanas y a lo que esperamos y obtenemos de ellas.
Por mucho que nos esforcemos, hay una verdad incómoda de la vida, y es que por encima de nuestras metas, objetivos y expectativas, lo que realmente ocurre en realidad, es que mayormente vamos reaccionando a lo que va sucediendo, en mucha mayor medida que poder desarrollar un plan que se pueda ejecutar de una manera precisa sin ninguna sorpresa; esa realidad no pertenecería a las posibilidades de la esfera humana.
La vida se vive en presente y, aunque pensemos en el largo plazo, nada nos asegura que las cosas vayan a darse conforme a como son nuestras expectativas, a veces lo que nos sucede difiere mucho de aquello que pensábamos.
Cuando hacemos en cualquier momento de nuestra vida un balance, a menudo concluimos que nos hayamos en el lugar en el que estamos por una mezcla de decisiones, contingencias y situaciones sobrevenidas, ese es el juego de la vida y dentro de esa corriente y de ese río, hay que saber apreciar y distinguir entre aquellas cosas que efectivamente podemos dirigir y aquellas que no.
La vida es un antídoto contra la rigidez, contra lo ideal y contra lo planeado a priori; no solo es que el cambio es la constante, sino que también es importante hacer un espacio a las contradicciones: a las propias, a las de los otros y a las de la realidad.
En conexión con esta verdad también hay algo de paradójico o de no lineal en el sufrimiento en el sentido de que una experiencia dolorosa y dura sin paliativos, a veces permite acceder a aprendizajes y a sentimientos o niveles de la vida que de otra manera tal vez no hubiéramos podido descubrir. Ciertamente la primera lectura de algo que nos parece difícil o traumático en primera instancia, puede ir teniendo otras lecturas más largas y reposadas que muestren que de valioso nos han permitido ubicar aunque haya sido pasando por la puerta del sufrimiento de manera inicial.
A menudo el control y la rigidez es una manera de tratar de obtener algo de seguridad imaginaria en un mundo en el que la seguridad total no es posible, y por querer asegurar quedamos encerrados en nosotros mismos y quedamos fuera de la posibilidad de vivir lo más hermoso de la vida, aquello que ocurre de manera espontánea.
Muchas de las dificultades de manejarse con la vida, incluso trastornos, tienen algo que ver con un no estar preparado, no poder soltar determinadas coordenadas muy fijas que sentimos que nos anclan a la realidad, o que nos dan seguridad, cuando en realidad más bien nos encierran en una ilusoria jaula donde apenas hay espacio para respirar o moverse ni circula el aire fresco. Peor es cuando quien se encierra en ese lugar, pretende tirar las llaves, quedando encerrado en un lugar que donde apenas se vive.
Asumir que tenemos mucho menor control de las cosas que aquel que anhelaríamos es un doloroso aprendizaje, ya que nuestra arquitectura mental y emocional nos hace indefectiblemente generar unas mayores expectativas de posibilidad de control que las efectivamente existen. Ir desgajándose de esa ilusión universal implica poder hacer los duelos necesarios para ir asumiendo esta situación, cosa que permite también liberarse del peso ilusorio de que todo dependa de nosotros para ser un elemento más en un mundo en el que no estamos solos.
La vida no se puede vivir solo de manera mental sino que se vive en la realidad y en aquello que nos hacen sentir las circunstancias y las relaciones con otras personas.
Lo que obtenemos puede ser significativo e importante para nosotros, pero no puede ser pensado, predicho o ideado a priori, nadie sabe como llegará, ni como será el camino, ni sus curvas o rectas en el recorrido.
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