El sexo como muestra de las posibilidades del ser humano ha ido cambiando con el discurrir de los tiempos. En este sentido todo alrededor de la experiencia sexual ha cambiado: su concepción inicial cada vez más desligada de manera exclusiva de los valores de la procreación, los diferentes valores que hay alrededor, los significados que se otorgan a dicha experiencia, o la pluralización de posibilidades que amplían mucho más de aquello que se considera posible y válido dentro del campo de la esfera sexual.
No obstante en su núcleo sigue siendo una experiencia íntima, la más personal e individual, ante la que todos nos sentimos desnudos, valga la redundancia, y que expresa entre otras muchas cosas, nuestra vulnerabilidad y nuestros miedos.
Es cierto que la vivencia y la expresión de la sexualidad no hace muchos años estaba mucho más marcada, pautada y constreñida dentro de aquello que se consideraba aceptable o válido en este campo, mientras que actualmente existe una mayor libertad y una apelación a la responsabilidad individual, que cada uno puede aprovechar o no, para vivir de manera más autónoma está dimensión tan importante de la persona.
El sexo es para vivir y para relacionarse con la vida y con las personas, no para mantenerlo en una vitrina cerrada a cal y canto y observarlo de manera temerosa. Con nuestra sexualidad podemos hacer muchas cosas buenas o malas para nuestro desarrollo, esto queda hoy en día más bajo el criterio y la responsabilidad de cada cual: como comenté hemos pasado a un modelo de una sexualidad más controlada e impregnada por unos valores más férreos a una visión más plural y libre que nos debe hacer responsabilizarnos mucho más de manera individual de la salida que damos a esta esfera de nuestra vida.
Al final se trata de un acuerdo entre personas para compartir un encuentro, dentro de una relación de pareja o no, dentro de las maneras y los convencionalismos acostumbrados o descubriendo una manera de satisfacerse más singular.
Pocas experiencias tan intensas y potencialmente agradables como la de estar prendido por un deseo que eriza todos los poros de nuestro cuerpo.
Para el sexo y la satisfacción sexual no hay fórmulas ni a prioris, cada uno debe emprender el camino de descubrir, conquistar, lanzarse... a su propia sexualidad. El sexo no es un fin, -amén del propio de la procreación elegida como proyecto de vida- es una necesidad tanto como una herramienta que el ser humano tiene para relacionarse con los otros, para expresar sus afectos y para dar cuenta de lo que lleva dentro; así como también, según el momento en el que esté cada uno, para ser un elemento de relaciones importantes y/o formar parte de una convivencia o de una relación de pareja que implique un proyecto familiar.
Es por ello que es interesante que esa dimensión pueda ser saludable y que los términos de la vivencia sexual entre las personas implicadas se rijan por la comunicación de las necesidades y preferencias de los participantes en cada encuentro más que de normas o estándares morales universales, religiosos...
Lo único común y universal en el sexo es el respeto por quien sea el compañero/a/os/as sexual/es y que el encuentro nazca de la libre voluntad de tenerlo sin más interés que el propio deseo sexual.
Cuanto más se pueda poner el sexo en palabras más se teñirá, como experiencia global, de otras dimensiones de uno mismo para dejar de ser algo extraño o atemorizante. Es por ello que me parece fundamental hablar de y sobre el sexo.
Cuando esa experiencia, según las posibilidades de cada cual, sigue estando constreñida y teñida por los miedos y las limitaciones, podemos estar hablando de una limitación personal, tal como puede serlo una limitación en la esfera social, emocional… Aun así, hay que ser cuidadoso y respetuoso, dado que cada cual vive la sexualidad que mejor se ajusta a las posibilidades y maneras de ser propias. No podemos decir que haya una manera mejor que otra: la mejor es la que le va bien a cada uno y le sirve para vivir, relacionarse y encontrar satisfacción.
En conclusión, el sexo es para vivir(lo).