En esta entrada me gustaría referirme a aquellas partes que no mostramos, no solo a los otros, sino sobretodo a nosotros mismos, nuestras propias partes frágiles y nuestras verdades ineludibles e incómodas.
Preferimos vivir en la ilusión de que determinadas realidades ineludibles, tanto propias como colectivas, no existen. A menudo es difícil para muchas personas poder vivir con certidumbres como lo incontrolable de la vida, la posibilidad de la enfermedad, del sufrimiento, o la certeza incierta de la muerte.
No somos un círculo perfecto y completo, jamás vamos a serlo, sino que siempre nos faltará algo, siempre tendremos esquinas o bordes que no se que acaban de cerrar. No obstante, es importante saberlo de cara a poder situarse en cierta manera ante nuestras partes frágiles, ante lo que no nos funciona en una vida que nunca va a ser perfecta, aunque si puede proporcionar logros y satisfacciones.
Por mucho control que sintamos tener o por muy armónica que sea nuestra adaptación al mundo real, aquello que no funciona tan bien siempre insistirá, siempre aparecerá, y probablemente siempre necesitará de una revisión y de un trabajo continuado para ir intentando vivir lo mejor posible con ello.
El problema para muchas personas se da cuando pretenden vivir como si estas realidades no existieran o fuera posible encontrar un parapeto definitivo y paradisiaco para la responsabilidad de vivir (religión, política, drogas, quedar anclado en la familia de origen...), quedando parados en la única tarea humana: crecer y desarrollarse a pesar de las dificultades, admitiendo que el paraíso fue solo una ilusión infantil.
Existen muchas personas que lejos de poder contactar con ello y poder asumirlo quedan ancladas en cuestiones que les hacen muy desagradable y dolorosa la tarea de vivir, añadiendo mucho sufrimiento extra a una realidad que solo haría necesario el sufrimiento cuando es ineludible y necesario.
A nivel relacional a menudo esto se detecta en personas que han quedado ancladas a los deseos y expectativas de los demás, sin poder desarrollar el propio potencial y posibilidades, de acuerdo a fuerzas y conflictos que se transmiten en la dinámica generacional de las familias de manera inconsciente: el precio que se paga es altísimo.
En este sentido, aquellos quienes pueden realmente conocer, estar en contacto y trabajar con aquellas partes de uno mismo más frágiles (siempre las va a haber en cualquier persona), tienen mucho ganado, en la medida que el ideal de que una vida totalmente libre de sufrimiento, dolor, enfermedad o muerte, no es aplicable a la vida humana, aunque nos rehusemos a entrar en contacto con estas partes tanto como podemos.
Hay quien quiere velar de toda manera posible la inevitable aparición de lo que no es perfecto y del sufrimiento en la vida, provocándose en suma, mucho más sufrimiento por añadidura, por pretender el imposible de clausurar lo que es imposible de cerrar: que hay verdades en la vida que no cierran y que todos tenemos ángulos frágiles por nuestra condición de sujetos.
Preferimos vivir en la ilusión de que determinadas realidades ineludibles, tanto propias como colectivas, no existen. A menudo es difícil para muchas personas poder vivir con certidumbres como lo incontrolable de la vida, la posibilidad de la enfermedad, del sufrimiento, o la certeza incierta de la muerte.
No somos un círculo perfecto y completo, jamás vamos a serlo, sino que siempre nos faltará algo, siempre tendremos esquinas o bordes que no se que acaban de cerrar. No obstante, es importante saberlo de cara a poder situarse en cierta manera ante nuestras partes frágiles, ante lo que no nos funciona en una vida que nunca va a ser perfecta, aunque si puede proporcionar logros y satisfacciones.
Por mucho control que sintamos tener o por muy armónica que sea nuestra adaptación al mundo real, aquello que no funciona tan bien siempre insistirá, siempre aparecerá, y probablemente siempre necesitará de una revisión y de un trabajo continuado para ir intentando vivir lo mejor posible con ello.
El problema para muchas personas se da cuando pretenden vivir como si estas realidades no existieran o fuera posible encontrar un parapeto definitivo y paradisiaco para la responsabilidad de vivir (religión, política, drogas, quedar anclado en la familia de origen...), quedando parados en la única tarea humana: crecer y desarrollarse a pesar de las dificultades, admitiendo que el paraíso fue solo una ilusión infantil.
Existen muchas personas que lejos de poder contactar con ello y poder asumirlo quedan ancladas en cuestiones que les hacen muy desagradable y dolorosa la tarea de vivir, añadiendo mucho sufrimiento extra a una realidad que solo haría necesario el sufrimiento cuando es ineludible y necesario.
A nivel relacional a menudo esto se detecta en personas que han quedado ancladas a los deseos y expectativas de los demás, sin poder desarrollar el propio potencial y posibilidades, de acuerdo a fuerzas y conflictos que se transmiten en la dinámica generacional de las familias de manera inconsciente: el precio que se paga es altísimo.
En este sentido, aquellos quienes pueden realmente conocer, estar en contacto y trabajar con aquellas partes de uno mismo más frágiles (siempre las va a haber en cualquier persona), tienen mucho ganado, en la medida que el ideal de que una vida totalmente libre de sufrimiento, dolor, enfermedad o muerte, no es aplicable a la vida humana, aunque nos rehusemos a entrar en contacto con estas partes tanto como podemos.
Hay quien quiere velar de toda manera posible la inevitable aparición de lo que no es perfecto y del sufrimiento en la vida, provocándose en suma, mucho más sufrimiento por añadidura, por pretender el imposible de clausurar lo que es imposible de cerrar: que hay verdades en la vida que no cierran y que todos tenemos ángulos frágiles por nuestra condición de sujetos.
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