La rutina, buena o mala, nos fija a nuestra realidad y a menudo nos impide ver oportunidades de crecimiento e incluso valorar cosas que deben cambiar.
Precisamente es la rutina la que nos da cierta idea ilusoria de control sobre nuestra vida. Ilusoria en el sentido de que es imposible que el ser humano pueda predecir con lo que se va a encontrar, lo que va a suceder, respecto a los aspectos fundamentales de la vida, como pueden ser las relaciones, la salud o la enfermedad...
Si bien es cierto que siempre tenemos un margen, en mi opinión, para crear y, especialmente, pare decidir como reaccionamos ante lo que la vida no va deparando.
Los acontecimientos más grandes de nuestras vidas (esa persona que conocimos y se convirtió en fundamental, ese cambio laboral que reorganizó toda nuestra trayectoria, ese enfermedad nuestra o familiar que determina en cierta manera nuestro día a día) son azarosos y no los podemos planificar. La única certeza que tenemos, es una, que la vida es finita, aunque eso es algo de lo que no nos ocupamos hasta que no tenemos más remedio.
A veces, hechos tan traumáticos como la pandemia que estamos viviendo, mueven todas nuestra realidad y todas las piezas en el tablero de nuestra vida. Por suerte el ser humano, con el tiempo tiene una importante capacidad plástica para adaptarse y sacar conclusiones de cambios, aunque a priori parezcan especialmente negativos.
Las emociones no suelen acompañar de manera armónica los cambios bruscos, no estamos especialmente equipados para asumirlos en primer momento, pero nuestros sentimientos, de manera más sostenida, nos permiten, con el paso del tiempo, ir dando paso a nuevos equilibrios, que sorprendentemente nos revelan aspectos de crecimiento posibles que antes estaban ocultos. Esa es la capacidad del ser humano para elaborar duelos, la que nos permite desligarnos de cosas con las que tenemos una implicación importante cuando estas desaparecen para ir vinculándonos con lo nuevo que está por aparecer.
Esa capacidad, simplificando, de decir adiós y poder decir hola, de nuevo, es una de las constantes de la experiencia humana.
Adoramos nuestra rutina, nuestro día a día, dado que nos protege de la angustia de los cambios traumáticos, pero esta rutina no tiene más valor que cualquier otra que podemos construir si tenemos otras cartas distintas de la baraja. En este sentido, es importante que la rutina no obture, a modo de tapón, la capacidad de reflexionar de manera profunda, para permitirnos ver nuevos horizontes hacia los que debemos dirigirnos. El poder hacer cambios que, normalmente, son inciertos y pueden generar angustia, angustia a veces directamente relacionada con la necesidad y la importancia de abordar dichos cambios para seguir creciendo.
Que la rutina y la costumbre nos permita una vida estable y abordable, pero que no narcotice nuestra necesidad de seguir creciendo y de pelear nuestras metas como seres humanos, diferentes para cada uno, pero en mi opinión, la tarea más importante para cada uno de nosotros.
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