viernes, 15 de mayo de 2015

Felices por equivocación.

Esta entrada pretende ser una reflexión sobre lo importante de poder aceptar que no podemos controlar la realidad; las cosas que nos van ocurriendo, y como a menudo incluso las cosas que consideramos más valiosas y permanentes en nuestra vida han llegado efectivamente fruto de un azar que no se puede prever.

Es cierto que existe un fuerte mecanismo psicológico que nos impulsa a pensar que podemos controlar la realidad en muy buena medida, y que eso nos puede dar seguridad para ir lidiando con los cambios y las rupturas que todos los seres humanos debemos afrontar en diferentes momentos de la vida (amorosas, familiares, sociales, laborales...).

Algunas tendencias sociales actuales, relacionadas con el consumismo, nos impulsan a dejar de lado determinadas realidades dolorosas que aunque se pretendan obviar siempre terminan apareciendo (por ejemplo, por mucho ejercicio compulsivo, cirugía estética... no hay manera de negar la realidad del envejecimiento y deterioro progresivo del cuerpo). Mejor aprender a convivir con ellas naturalmente.

También es cierto que no hay nadie que pueda percibir la realidad externa tal cual es, dado que siempre viene teñida de la subjetividad y la historia biográfica de quien la está percibiendo.

Los cambios y las rupturas, cuanto más bruscos, son de lo más doloroso para el ser humano, dado que nos dejan sin herramientas, sin palabras para poder tramitar en un primer momento una situación que altera nuestra sensación de seguridad. Es poco a poco, con nuestra capacidad de elaboración mental, y con las palabras que vamos pudiendo poner a lo que ha cambiado, que podemos volver a situarnos. 

Lo curioso es que no es extraño que un cambio que ha sido recibido y sufrido como doloroso, a posteriori, por diferentes razones, se pueda revelar como una de las cosas más enriquecedoras e importantes que nos han ocurrido.

En este sentido, considero que el querer aferrarse a una pretendida seguridad e inmutabilidad de las cosas que uno tiene, conduce a la rigidez, a la negación de los cambios y es sumamente empobrecedor, ya que puede encerrar a la persona en una petrificación de la vida, que por querer eludir el dolor que inicialmente implican los cambios y las incertidumbres, termina finalmente eludiendo la vida misma con su cambiante fluir.

El hecho de que las cosas se mantengan siempre igual, no quiere decir necesariamente que eso sea positivo y adecuado para la evolución de los implicados: A menudo los cambios son necesarios, aunque usualmente dolorosos en el momento inicial, pueden traen posteriormente elementos muy enriquecedores que abren a la persona a nuevas perspectivas que no había previsto.

El curso de nuestra biografía está formado por cosas que han ido sucediendo, algunas según nosotros esperábamos, otras no. La vida de todas y cada una de las personas está también constituida por algunos cambios y momentos de ruptura, que han dado paso muy a menudo a posibilidades valiosas que no imaginábamos inicialmente.

Cuanto mejor se pueda vivir con la posibilidad de que sucedan cosas imprevistas, que pueden desconcertarnos, admitiendo que no existe una seguridad absoluta, mejor podremos navegar y orientarnos en las nuevas dimensiones por explorar que la realidad nos va poniendo por delante cada cierto tiempo y menos será el dolor que nos provocan los cambios,

A menudo, las cosas que no has traído la vida nos reconcilian con que las más importantes han venido por azar, casi como si fuésemos felices por equivocación, o al menos no en la manera que habíamos pensado inicialmente, forzándonos a admitir que el sentimiento de poder controlar la propia vida es "real" hasta cierto punto.

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