No todas las etapas de la vida se suceden de manera regular, armónica, pausada y sutil, de un modo que nos permitan tener todo pensado, cerrado, listo, resuelto y claro antes de dar los siguientes pasos. A menudo unas cosas se mezclan con otras, aparecen cuando no se las espera, o incluso parecen inoportunas.
Por muchos momentos, la vida parece no tener ese orden que mentalmente nos gustaría para poder movernos con mayor comodidad en ella, con la vana pretensión de hacer de ella como una historia a la que ya le podemos predecir el final. No obstante, precisamente en aquello que emerge cuando no lo esperamos -incluso el malestar-, que no nos encaja del todo, que nos molesta, es donde puede estar apareciendo ya algo distinto que, en nuestro interior, a veces de manera intensa y abrupta, clama desde algún lugar para ser tomado en cuenta.
A veces los cierres de etapa son así: aparece algo que más bien nos puede resultar chocante o molesto o que desentona con la vida que hemos llevado hasta el momento. Con un poco de sensibilidad podemos darnos cuenta que no lo podemos eliminar porque proviene de nuestro interior. Es muy probable que algo muy nuestro, que tal vez llevaba mucho tiempo encerrado bajo llave o escondido en lo más profundo, emerja de la única manera en que puede hacerlo: con intensidad y provocando nuestra extrañeza, dado que es una parte de nosotros que hemos optado por mantener lo más lejana y alejada posible de lo que queremos saber de nosotros, mediante férreos sistemas de control.
En este sentido, habitualmente estos elementos que emergen, no son fáciles en un primer término, dado que parecen desentonar con el resto, nos angustian, inquietan, no estamos cómodos con ellos... A menudo es como empezar a vivir con partes de nosotros que nos parecen nuevas.
Ante esto, caben principalmente dos opciones: empeñarse en ocultar de nuevo aquella parte de nosotros que con tanto esfuerzo hemos tratado de mantener siempre enterrada, poniendo encima otras cosas (cosas que nos sirvan para desconectar de nosotros mismos, actividades, relaciones, medicamentos, drogas...) o definitivamente asumir el viaje a nuestro interior que nos permitirá, en función de lo que encontremos dentro de nosotros, dar un golpe de timón, si fuera necesario, en pos de lo que necesitamos y de nuestra felicidad, que a menudo puede estar bastante lejos de aquello que hemos pensado que nos ayudaría a realizarnos.
No siempre los cambios y cierres de etapa con suaves y predecibles, y a veces los golpes bruscos de timón -independientemente de que nos hagan sufrir al principio, o de lo que opinen las personas de nuestro entorno- nos permiten escuchar mensajes fundamentales que a veces nuestro interior nos hace llegar de manera desesperada cuando nos hemos alejado suficientemente de nosotros mismos.
Que el viaje sea tranquilo no determina el sentido de la vida o la magnitud de las cosas que una persona halla en la vida; de la misma manera, un viaje tormentoso y con algún naufragio puede dar en un determinado momentos con el descubrimiento de inmensos tesoros en las profundidades.
Saludos.
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