A veces una experiencia aparentemente negativa, como una una decepción, un rechazo, o una frustración, aunque aparentemente sea un contratiempo y lo sintamos así en primera instancia; a un nivel más profundo, nos puede servir como punto de corte y anclaje para darnos cuenta que hay algo en nuestra vida en lo que no nos estamos conduciendo bien, o en lo que debemos de pararnos: para repensar nuestras prioridades, encontrar nuestro verdadero camino y recuperar el ritmo.
Si se está suficientemente conectado emocionalmente con lo que uno siente y con lo que uno es, a nivel más profundo, los contratiempos y pequeñas crisis se pueden leer más allá de lo que implican de frustración y cierto sufrimiento, para poder pescar claves que nos permitan gobernar nuestra vida.
Es cierto que nuestro contexto actual se guía más bien por cierto individualismo y por la percepción de que si algo me causa alguna dificultad, me tengo que alejar de ello, dando ello muestra de un cierto hedonismo y de poca capacidad, en muchas personas, para tolerar la frustración, dar tiempo al tiempo o generar lecturas alternativas, más profundas, y más reposadas de los vaivenes de la vida. Poder hacer este proceso nos abriría posibilidades muy interesantes, más allá del ir dando bandazos hacia aquello que me satisface o no me genera dificultades como modo de vida poco sólido.
Si se está suficientemente conectado emocionalmente con lo que uno siente y con lo que uno es, a nivel más profundo, los contratiempos y pequeñas crisis se pueden leer más allá de lo que implican de frustración y cierto sufrimiento, para poder pescar claves que nos permitan gobernar nuestra vida.
Es cierto que nuestro contexto actual se guía más bien por cierto individualismo y por la percepción de que si algo me causa alguna dificultad, me tengo que alejar de ello, dando ello muestra de un cierto hedonismo y de poca capacidad, en muchas personas, para tolerar la frustración, dar tiempo al tiempo o generar lecturas alternativas, más profundas, y más reposadas de los vaivenes de la vida. Poder hacer este proceso nos abriría posibilidades muy interesantes, más allá del ir dando bandazos hacia aquello que me satisface o no me genera dificultades como modo de vida poco sólido.
Cuando uno está lo suficientemente en contacto con sus emociones y sus sentimientos puede aprovechar una eventualidad como esta -una vez pasada la frustración, la rabia, y los sentimientos lógicos en primera instancia- para hacer una lectura más profunda y afectiva, anclada en la propia historia, en las propias carencias (que todos arrastramos) y en las propias claves individuales. Las cosas no pasan porque sí, o por azar, tienen una vinculación con nuestra historia, y con aquello que necesitamos superar y elaborar de nosotros mismos. Este proceso es totalmente idiosincrásico, y quizás poco comprensible para los demás, pero que nos hace topar con algún elemento propio, alguna verdad particular, que aparece como una revelación, que nos hace saber, con grado de certeza, que hay algo debemos cambiar o hacer con nuestra vida.
Que no se nos pasen estas ocasiones cobijados bajo el velo victimista de las frustraciones de la vida, como un elemento más de lo que la vida nos niega, que confirma nuestra mala suerte y nuestro enfado con el mundo... y que, por contra, efectivamente, podamos aprovecharlas para hacer una lectura más profunda, un análisis más global, que nos sirva como guía de nuestra realidad para cartografiar nuestras limitaciones y deseos, y saber si estamos en camino de aquello que deseamos, o en sentido contrario, siguiendo los dictados de nuestras limitaciones o carencias infantiles que nos alejan de poder acercarnos a expresar lo que realmente somos; este es, sin duda, un ejercicio que marcará un antes y un después en nuestras vidas.
Las preguntas para empezar serían del estilo ¿Qué quiere decir esta experiencia en el contexto de mi vida? ¿En qué momento estoy? ¿Cuál es mi papel en todo ello? Y finalmente, ¿Qué es lo que quiero? Pregunta por cierto, esta última, aterradora en determinados momentos y nada fácil de contestar.
Las preguntas para empezar serían del estilo ¿Qué quiere decir esta experiencia en el contexto de mi vida? ¿En qué momento estoy? ¿Cuál es mi papel en todo ello? Y finalmente, ¿Qué es lo que quiero? Pregunta por cierto, esta última, aterradora en determinados momentos y nada fácil de contestar.
Caminante, no hay camino, se hace camino la andar.
A María, por iluminar con su luz mi oscuridad, y ayudarme a saber donde estoy.
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